sábado, 13 de noviembre de 2010

GUADAÑA


En aquellos días de febrero del 56 estábamos muy ocupados aunque no, como era habitual cada año, en los preparativos para el próximo carnaval. En esa ocasión el club del barrio, Defensores del Monte, había convocado a los vecinos a pintar con cal, los cordones de la vereda y los árboles, en lugar de promocionar los tradicionales bailes, durante los cuales siempre actuaban una orquesta típica y una característica o de jazz[1] .

Mientras los varones, grandes y chicos, se concentraban en el encalado[2] , las mujeres baldeaban las veredas y las cunetas por donde corrían las aguas que salían de las casas, provenientes de desagües pluviales, lavaderos y cocinas. Por entonces, el pavimento de la calle, de hormigón armado, terminaba en la esquina, a veinte metros de mi casa. Las calles de tierra estaban flanqueadas por grandes zanjones que desaguaban en el asfalto[3] por donde las aguas corrían, junto a los cordones, a lo largo de una cuadra hasta la primera alcantarilla.

El trabajo de desinfección lo completaban los bomberos voluntarios de Sarandí o de Villa Domínico[4] quienes, con una autobomba, rociaban el frente de las viviendas con acaroína[5] . Todos los pibes llevaban, colgando del cuello, una bolsita con alcanfor que los protegía de los miasmas que transportaban el mal.

Aquella fue la única protección contra la epidemia. Recién hacia fines del año llegó la caballería[6] y nos vacunaron a todos con la Salk[7] . Desde entonces, y por mucho tiempo, se habló de las secuelas dejadas por la parálisis infantil. Un visible número de personas, casi 7000, se vieron afectadas. La mayoría fueron niños de los cuales treinta y ocho de cada cien murieron. Los otros arrastrarían, por el resto de sus vidas, discapacidades de variada gravedad debidas al daño ocasionado, por el virus, al sistema nervioso muscular.

La enfermedad, al parecer, había sorprendido a las autoridades, sin embargo su existencia no era desconocida en nuestro país.

El origen de la poliomielitis puede remontarse al antiguo Egipto aunque las epidemias empezaron a ser notables, en el mundo occidental, durante el siglo XX. En la Argentina se sufrieron brotes de importancia creciente desde 1906 . Entre ese año y 1932 se produjeron 2680 casos. En la década siguiente, que termina en 1942, los enfermos llegaron a 2425. Y en el siguiente año, a partir de fines de 1942, se detectaron 2280 casos. Se ha dicho[9] que este brote puso en evidencia la improvisación en la acción sanitaria debido a la inexistencia de alojamiento para los pacientes, de aparatos para los tratamientos y de personal especializado (enfermeras, kinesiólogos).

Desde aquella epidemia la preocupación estuvo siempre presente entre médicos y legisladores, y el interés por la enfermedad no desapareció. Sin embargo, no fue suficiente para evitar que en 1953 se produjera un nuevo brote que afectó a casi 2700 personas (71% niños menores de 4 años) convirtiéndose en el brote más grave hasta entonces. El organismo sanitario[10] era consciente del incremento en el número de casos pero justificaba su aparición como parte de una “ola epidémica mundial”, resaltando que los índices locales eran menores que los de Estados Unidos. El ministro de salud de entonces[11] , en conferencia de prensa, afirmaba que “la epidemia de poliomielitis no existe” y un comunicado del ministerio responsabilizaba a los médicos por la “psicosis de la población” al difundir “rumores infundados”. Así fue que, en medio de la confusión producida por el golpe del 55 y el alzamiento[12] del 56, la polio tuvo el terreno preparado para hacer su agosto en pleno verano.

En el barrio, a juzgar por los resultados, el trabajo realizado fue eficaz. El único que enfermó de polio fue el hijo más chico de Juan, el carnicero, y la discapacidad afectó solamente su pierna derecha.

Un par de años más tarde no se perdía ninguno de los picados que, con la Pulpo[13] de goma, jugábamos en la calle. Guadaña, como lo apodamos debido al semicírculo que dibujaba con su pie al caminar, era bastante hábil con la zurda sana.

Nunca nadie, que yo recuerde, se animó a preguntarle si, durante la epidemia, su vieja[14] había olvidado colgar de su cuello la bolsita de alcanfor.

Referencias
[1] La orquesta típica era de tango, la característica tocaba musica variada, y el jazz podía estar a cargo de grandes orquestas tipo Glen Miller. La temporada anterior a la epidemia en el Club del  Monte estuvieron las orquestas de Juan D´arienzo y Oscar Alemán. Lo recuerdo bien porque Alemán y su orquesta cenaron en mi casa invitados por mi viejo, el clarinetista.
[2] Pintar con cal.
[3] Aunque el pavimento fuera de hormigón armado se le llamaba asfalto.
[4] Ambos barrios de Avellaneda.
[5] Aceites creosotados tambien llamados creolina o Aceite Manchester que en agua forman una emulsión blanquecina.
[6] Habrá quienes recuerden de las películas de cowboys que cuando parecía que los indios acabarían con los colonos llegaba la caballeria para salvarlos.
[7] Vacuna antipolio desarrollada por el Dr. Jonas Salk y autorizada para su uso en 1955 en USA.
[8] Karina I. Ramacciotti, "Las sombras de la política sanitaria durante el peronismo: los brotes epidémicos en Buenos Aires", Asclepio, Revista de Historia  de la Medicina y de la Ciencia, 2006, vol.LVIII, Nro 2, pag.115-138.
[9] Reggi, J (1946), "El problema del tratamiento de la parálisis infantil en nuestro país", Segunda Conferencia para el Bienestar del Lisiado, Buenos Aires.
[10] Ref.8.
[11] Ramón Carrillo.
[12] Se refiere al golpe cívico-militar contra el peronismo denominado Revolución Libertadora y el fracasado alzamiento civico-militar restaurador.
[13] Pulpo era la marca de unas pelotas de goma roja con rayas blancas.
[14] Aclaro para los lectores no argentinos: vieja equivale a madre.