sábado, 28 de agosto de 2010

LA CRUZ DE HIERRO


Buenos Aires, en 1871, era en realidad una ciudad medieval de calles de tierra arcillosa, muchas de ellas rellenas con los residuos domiciliarios y fácilmente convertibles en pantanos cuando las lluvias abundaban. El agua para consumo de la población se obtenía de aljibes, en las pocas casas que los poseían, que coleccionaban la de lluvia. Pero la mayoría la recibía de los aguateros que la recogían del río en condiciones carentes de higiene. Ésta se almacenaba en tinajas o barriles donde decantaba hasta que, libre de turbidez, pudiera beberse[1] . Por otro lado, miles de pozos negros recogían las aguas servidas de los hogares porteños, aunque muchas veces éstas eran vertidas directamente a hediondos zanjones.

Mapa de Buenos Aires en 1871
Aquel verano se presentaba como el más caluroso y seco de los últimos años y el inusual calor del sol favorecía la fermentación de los desechos apelmazados en las calles o apretados debajo de desprolijos empedrados[2] . Para diciembre el Riachuelo olía terrible, nauseabundo, y sus aguas enrojecían con la sangre de los animales sacrificados en los saladeros aledaños. Cuando el viento soplaba del sur el hedor invadía la gran aldea.

Desde su fundación la ciudad de los buenos aires había sufrido diversas plagas y en los últimas dos décadas la viruela, la peste bubónica, el cólera y la fiebre tifoidea la habían visitado periódicamente.
Dos años antes, fines de 1868, Sarmiento asumía la presidencia en medio del cólera y esa circunstancia fue, quizás, la causa de que meses después se creara el Consejo de Higiene y se iniciara el suministro de agua corriente, durante algunas horas al día, a través de un pequeño número de surtidores callejeros. Sin embargo, el gobierno se encontraría con la guerra del Paraguay, debería enfrentar la rebelión entrerriana de López Jordán, el asesinato de Urquiza y la antipatía de buena parte de los porteños entre ellos el gobernador autonomista.

En la ciudad coincidían la autoridad municipal, la provincial y la nacional, ésta con escaso poder sobre los asuntos locales. Bajo tales circunstancias, a fines de enero del 71, aparecen los primeros casos de fiebre amarilla. Al principio no se le da importancia y la comisión municipal continúa con los preparativos para el carnaval[3] . Sin embargo, la epidemia se extiende con rapidez desde San Telmo hacia el resto de la ciudad impregnándola del perfume lúgubre de la muerte.

La enfermedad era conocida por sus síntomas. Un brote había afectado a la ciudad y a la vecina Montevideo el año anterior, además era endémica en Brasil. Por otra parte, la plaga que al final de la guerra se había desatado sobre Asunción, a fines de 1870, se abate sobre la ciudad de Corrientes donde la epidemia toma la vida del 20% de su población. Resultaba inevitable que la fiebre asediara a Buenos Aires quien, a pesar de los antecedentes, no estaba preparada para enfrentarla.
Pintura de J.M.Blanes

La enfermedad producía miedo. Los médicos desconocían la causa del fenómeno y alguno de ellos reconocía que siempre había tenido un temor indefinido a la enfermedad por carecer de idea alguna sobre su causa[4] , de cómo se transmitía, de cómo curarla.

El virus de la fiebre amarilla fue aislado por primera vez en 1927 en África occidental. Y se presupone, generalmente, que desde allí llegó a América[5] . Sin embargo, el libro sagrado de los mayas quichés, el Popol-Vuh, relata la epidemia de xekik (vómito de sangre) ocurrida entre los años de 1480 y 1485 y comenta que la enfermedad se debería a la convivencia con los monos. La mención del xekik se repite en otros textos sagrados como el Chilam Balam [6].

Fue tan sólo diez años después, 1937, que un médico cubano de origen irlandés[7] expone públicamente su teoría de que la fiebre amarilla era transmitida por un mosquito, el Aedes aegypti. Hoy sabemos que en las selvas americanas la transmisión entre monos o entre estos y los hombres está a cargo de diferentes mosquitos, diversas especies del género Haemagogus. Aunque, en las selvas africanas son otros los mosquitos transmisores. Sin embargo, en ambos continentes el Aedes aegypti es el vector en las regiones urbanas. Resulta obvio que quien acompañó a colonizadores y comerciantes en sus viajes, e hiciera que las epidemias azotaran las ciudades del Nuevo Mundo, fue el mosquito oriundo del norte de África. Aquel, el Aedes aegypti[8], se cría en pequeños depósitos de agua fresca, produce huevos resistentes a la disecación y tiene preferencia por alimentarse de los humanos con quienes vive en cercana asociación[9].

A principios de marzo los muertos comenzaban a contarse por decenas, cada día. Las autoridades estaban desconcertadas y en desbandada. La población aterrada abandonaba la ciudad y muchos inmigrantes colmaban los barcos para regresar a su tierra[10] .
Conventillo

Varios destacados vecinos deciden, a mediados de marzo, convocar una asamblea popular. La convocatoria es hecha por los directores de La Nación (Bartolomé Mitre y Vedia), El Nacional (Aristóbulo del Valle), La República (Manuel Bilbao), La Tribuna (Héctor Varela), La Prensa (José C. Paz) y Freie Presse (Adolfo Korn, padre de Alejandro). Miles de porteños se reúnen en la Plaza de la Victoria y allí nace la Comisión Popular de Socorro, presidida por Roque Pérez, Maestre de la Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones. La inmensa mayoría de los miembros de la comisión eran masones[11] , sin embargo entre ellos figuraban un par de curas, el presbítero Domingo César y el sacerdote irlandés Patricio J. Dillon. Junto con la Comisión de Higiene y algunas autoridades enfrentaron la crisis. Varios de ellos fueron víctimas fatales de la fiebre amarilla.

El tren de los muertos
Con los idus[12] de marzo el presidente Sarmiento y su vice Alsina dejan la ciudad. Su camarada Roque Pérez les habría recomendado hacerlo[13] . Para entonces la mayoría de los habitantes de la ciudad la habían abandonado. La Comisión recomienda hacerlo y dispone medidas para llevar hacia las afueras a los habitantes que no tenían recursos. Se ha dicho, con intencionada superficialidad, que los ricos huyeron hacia el norte olvidando decir que el resto huyó en todas direcciones. Las dos terceras partes de una población de casi 190.000 dejaron sus hogares, lujosos o miserables. “Incluso los changadores, quienes acostumbraban a juntarse en las esquinas, se fueron; mucha gente de las clases bajas se acumulaba a lo largo de los principales caminos hacia el norte que iban a Belgrano o hacia el oeste en dirección a Flores y formaban verdaderos campamentos gitanos en cualquier lugar donde se encontraba un grupo de árboles o casas en ruinas que podían proveerles de techo”.[14]

De aquella población la mitad eran extranjeros y de estos un cincuenta por ciento italianos. Efectivamente cuarenta mil tanos, genoveses y napolitanos, se atiborraban en los conventillos de la ciudad, principalmente ubicados en La Boca, San Telmo y Monserrat. Allí comenzó la peste y allí cobró el mayor número de víctimas.

Oficialmente los muertos fueron alrededor de 14.000, no obstante algunos testigos afirman que fueron más de veinte mil[15] . Apenas la cuarta parte de los muertos eran nativos de Argentina[16]. En el recuento no fueron discriminados por raza por lo cual no es posible saber cuántos negros murieron en esa ocasión. Estos representaban para la época de las invasiones inglesas alrededor del 30% de la población, sin embargo, “el número ha ido disminuyendo gradualmente, y (hoy) los negros son relativamente escasos.” [17]El candombe ha dejado su testimonio:
Ya no hay negro botellero,
ni tampoco changador,
ni negro que vende fruta,
mucho menos pescador;
porque esos napolitanos
hasta pasteleros son
y ya nos quieren quitar
el oficio de blanqueador.
Ya no hay sirviente de mi color.
Porque bachichas toditos son;
Dentro de poco ¡Jesús, por Dios!
Bailarán zamba con el tambor.
Inmigrantes
Efectivamente, “se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos. Se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo, ni hogar, algunos incluso murieron en el pavimento, donde sus cadáveres quedaban con frecuencia sin recoger durante horas. Había un gran pedido de pasajes para Europa. La compañía Genovesa vendió 5200 pasajes en quince días…” . [18]

Ciertamente, los tanos no fueron culpables de la plaga pero si sus principales víctimas. La mayoría de los muertos fueron genoveses y napolitanos cuyo sueño de hacer la América terminó en las fosas comunes de los cementerios porteños.

A mediados de mayo el número de muertos se había reducido a un centenar por día, no obstante la ciudad aparecía desierta pudiendo recorrerse varias cuadras sin ver persona alguna. Para junio la gente ya retornaba masivamente y el miedo a un nuevo brote se percibía en todas partes. No obstante, la fiebre no regresó.

El 21 de junio se realiza un reconocimiento a los abnegados y valientes miembros de la Comisión Popular. Una comisión de homenaje, con el auspicio del gobierno, crea para la ocasión la Orden de los Mártires, cuya máxima condecoración sería la Cruz de Hierro en el grado de Caballero. Se entregaron 48 cruces de acero bruñido, siete de ellas fueron póstumas para quienes habían muerto durante la epidemia .

En ocasiones se aprende de las crisis. La plaga del 71 dejó enseñanzas que en pocos años transformaron la ciudad de Buenos Aires. Clemenceau, quién visitara Argentina para el Centenario, da crédito de la metamorfosis: “La inspección de los hospitales es eminentemente favorable. El nuevo hospital de contagiosos, situado a varios kilómetros del centro de la capital, comprende una serie de pabellones modelos, estrictamente aislados, de los que cada uno está asignado al tratamiento de una afección especial. El Hospital Rivadavia, reservado para mujeres, los servicios Cobo (tuberculosos pulmonares y operaciones quirúrgicas) causan sobre todo la admiración del visitante.” [19]

Referencias
1.-Wilde J.A., Buenos Aires desde 70 años atrás. Ed.Eudeba.
2.-Buenos Aires Standard, articulo publicado el 30 de abril de 1871.
3.-El presidente de la Comisión Municipal, Narciso Martinez de Hoz, ignoró la epidemia hasta principios de marzo. Murio de fiebre amarilla.
4.-Harispuru, A. Bs.As., 1871. Crónica de una epidemia. Conexión pediátrica, Vol.1 (2008)
5.-Barret A.D.T and Higgs S. Yellow Fever: A Disease that Has Yet to be Conquered. Annu.Rev.Entomol. 2007, 52, pag 209-229.
6.-Gongora-Bianchi R.A. Revista Biomédica 15(2004) pag. 251-258.
7.-Findlay, Carlos. Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana, 14 de agosto de 1881.
8.-Traduciría Aedes aegypti como templos egipcios.
9.-Ver ref.5
10.- Mardoqueo Navarro, diario personal. Testigo de la peste.
11.- Miembros de la Comisión: Manuel Argerich, Guillermo y Pedro Gowland, Carlos Guido Spano, Francisco Uzal, Evaristo Carriego (padre del poeta), Matías Behety, J.Viñas, Florencio Ballesteros, Francisco Javier Muñiz, Armstrong, A. Larroque, José Maria Cantilo, Fernando Dupont, Pascual Barbaty, Juan y Manuel Argenti, Juan Carlos Gómez, Eduardo Wilde, José Penna, Leopoldo Montes de Oca y Guillermo Rawson, entre otros.
12.- A mediados de marzo.
13.- Quiroga, María C. atribuye a Roque Perez tal consejo en sus Crónicas de la Peste. Ed.Kier.
14.-Mulhall, Marion G., Plague at Buenos Aires. Irish Migration Studies in Latin America.
15.-Ver ref.2
16.-En esos momentos la Argentina no existía.
17.-Ver ref.1
18.-Bunkley, Alison William, Historiador norteamericano.
19.-Clemenceau, Georges. La Argentina del Centenario. UNQUI.




martes, 17 de agosto de 2010

EDEN PRECOLOMBINO

“Los incas, sus monarcas, sus plebeyos, tanto como la gente antigua de estos reinos, vivían vidas largas y sanas, y muchos de ellos llegaban a la edad de 150 y 200 años porque tenían un régimen de vida y de nutrición muy ordenado y metódico”.
Cronista inca del siglo XVII


La América precolombina es observada con frecuencia con una mirada arrebatada y romántica que convierte aquel mundo en la versión americana del paraíso bíblico. Un edén vilmente profanado por la conquista española. Una imagen idílica, por cierto, construida sobre la base de lo transmitido por cronistas nativos cuando afirman, por ejemplo, que en este continente no se conocían enfermedades graves ni epidemias, tal como nos deja saber un relator maya del siglo dieciocho en el Chilam Balam : “En ese tiempo no había enfermedad, no tenían huesos adoloridos; no tenían fiebre alta; en ese tiempo no tenían viruela…..”
Es verdad que los conquistadores trajeron consigo algunas enfermedades del viejo mundo como la viruela y el sarampión y que las epidemias, originadas en su propagación, ocasionaron gran sufrimiento y mortandad dando pábulo, entre los escritores nativos, a la idea de que el pasado había sido una época relativamente libre de enfermedades. Tiempos aquellos durante la cuales las vidas de la gente eran más largas y felices. Sin embargo, ese mundo estaba lejos de ser real .

Recientemente numerosos descubrimientos, debidos a la paleopatología y a la paleodemografía , han aportado importante información sobre la vida y la muerte en la América precolombina.
En muchos casos, los materiales esqueléticos revelan signos de enfermedad, deficiencias nutricionales y violencia. Por ejemplo, la evidencia mortuoria de Teotihuacán indica tasas de mortalidad tan altas o mayores que las de ciudades europeas contemporáneas. Los patrones de mortalidad en el viejo y el nuevo mundo eran muy similares. La mortalidad infantil era alta, mientras que la esperanza de vida era baja. Basado en datos osteológicos es posible afirmar que ambos continentes compartieron, por lo menos, el tifus y la influenza. Efectivamente, en los grupos de cazadores-recolectores americanos la esperanza de vida era corta, aunque variaba de una sociedad a otra de 16 a 22 años para los hombres y de 14 a 18 años para las mujeres.

Por otra parte la evidencia arqueológica sugiere que la tuberculosis tenía una larga historia entre los habitantes del nuevo mundo: los restos más tempranos muestran claros signos de la enfermedad se remontan a unos 2000 años atrás.
Las pequeñas poblaciones móviles raramente sufrían epidemias, pero, la mayoría de las personas eran menores de 20 años y las infecciones infantiles eran muy comunes. Por otro lado, arqueólogos y paleo-patólogos afirman que la transición hacia una forma de vida agrícola y sedentaria tuvo impacto negativo sobre la salud de las poblaciones humanas en todo el mundo. Por ejemplo, la alimentación basada principalmente en el maíz condujo a la disminución de la estatura, siendo uno de los indicios del deterioro de la salud entre los agricultores del nuevo mundo. Y aunque no está claro si los agricultores vivían un poco más o un poco menos, que los cazadores-recolectores, las expectativas de vida en la América precolombina permanecieron bajas. La consecuencia de la transición hacia las comunidades sedentarias y agrícolas y la expansión demográfica, que la acompañó, fue el aumento del contacto social y la frecuencia de las infecciones. Efectivamente, restos esqueléticos de Norteamérica indican que la tuberculosis era muy común. Al punto de que, prácticamente, cada miembro de esas comunidades prehistóricas tardías tenía contacto directo con la enfermedad .


Además, las tradiciones anteriores a la conquista relativas a epidemias, que ocurrieron durante períodos de desorden social, apoyan la hipótesis de que el tifus pudo haber existido en las Américas antes del siglo XVI. Guamán Poma en su narración sobre los éxitos militares de Pachuti Inca Yupanqui escribió: “La derrota de Chile fue posible por los estragos de la plaga, la cual duró diez años. La enfermedad y el hambre, más que las fuerza de las armas, llevó a la caída de los chilenos, al igual que la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa facilitó más tarde la conquista española”.

También a los aztecas, la sequía y la hambruna entre 1454 y 1457, los puso en inferioridad de condiciones frente a los totonacas de la costa de Veracruz -por mucho tiempo enemigos de aquellos- quienes aprovecharon la ocasión para cambiar comida por esclavos. Por otra parte, los mayas no estuvieron exentos de penurias semejantes como se cuenta en el Chilám Balam: “La cara del señor del katún está cubierta; su cara está muerta. Hay luto por el agua, hay luto por el pan. Su tapete y su trono mirarán hacia el oeste. Vómito de sangre es su costo.”

Ciertamente las enfermedades llegadas a América con los conquistadores causaron estragos al encontrar una población sin defensas frente a ellas. Las más importantes fueron la viruela y el sarampión, afecciones de origen viral y de historia milenaria. El sarampión atacaba, principalmente a los niños, en cambio la viruela no hacía distinción de edades.

La viruela es registrada por primera vez en España en el año 714, en Andalucía, a donde habría llegado de mano de los árabes que invadieron la península en esos tiempos. Sin embargo, la enfermedad no llegó a las Indias occidentales con los españoles.

Faltando pocos días para la Navidad de 1518, el puerto de Santo Domingo recibe un barco negrero portugués que trae un cargamento de esclavos enfermos de viruela. Pronto se contagian los indígenas dominicanos y la enfermedad no tarda en propagarse a la Hispaniola, Puerto Rico, Cuba y el resto de las Antillas.

En el 1520, Pánfilo de Narváez parte desde Cuba hacia México para hacer prisionero a Cortés. El 30 de mayo de ese año, poco después del desembarco, se desata la epidemia en las proximidades de Veracruz. Sin embargo, el mayor asolamiento se produce en la Tenochtitlán sitiada. En los alrededores muchos pudieron huir y escapar de la epidemia. En las islas eso habría sido imposible. Así la viruela completó el macabro trabajo iniciado por la primera gran pandemia que diezmó la población de las Antillas.

Fue también en diciembre, pero de 1493, cuando Colón desembarca en Santo Domingo con 1500 hombres y animales domésticos, que lo acompañaban en éste, su segundo viaje. En Canarias había embarcado algunos puercos que en pocos años se diseminaron por las islas y con ellos la influenza.

Todos los cronistas coinciden en la fecha, lugar, manifestaciones clínicas y secuelas de aquella enfermedad. Fue infecciosa y aguda, extremadamente contagiosa, afectó bien pronto a todos los miembros de la expedición apenas tocaron tierra, matando a la tercera parte de ellos, se caracterizaba por fiebre alta, gran postración, dolor de cuerpo y por una mortalidad elevada. La epidemia produjo un gran daño en la población indígena dando lugar a una “catástrofe demográfica”. Efectivamente, la “peste” que diezmó la población indígena de las Antillas en el año 1493 parece haber sido una influenza suina , ni más ni menos que la gripe porcina.

miércoles, 11 de agosto de 2010

DE CRIMEA A GROENLANDIA

“Digo, pues, que ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar en otro, se había extendido miserablemente a Occidente.”Decamerón, de Boccacio
Hacia el 1714 una expedición -mezcla de negocios y de misión religiosa- al mando de un misionero luterano noruego, recorre las costas de Groenlandia sin encontrar rastros de los colonos que se habían establecido a partir del asentamiento fundado en el 984 por Erick Thorvaldson, el rojo. Recientes estudios arqueológicos[1] y otros indicios históricos muestran que las colonias, que llegaron a tener hasta 5000 habitantes, comenzaron a declinar hacia mediados del siglo XIV.
La benignidad del clima por alrededor de cuatrocientos años, del período cálido medieval[2] , facilitó la navegación de los mares boreales y la vida de campesinos vikingos en los fiordos de la gran isla. Sin embargo, hacia el 1300 las temperaturas y la longitud de los veranos comienzan a disminuir iniciándose la pequeña edad de hielo y haciendo cada vez más difícil la sobrevivencia en esas regiones. No obstante, es posible que ésta no fuera la única causa de la misteriosa desaparición de los descendientes de Erick.

En el noreste de la provincia China de Hopei, en el año 1334, aparece una enfermedad nueva, muy virulenta y altamente infecciosa, que mata al 90% de la población de aquella ciudad. A partir de allí, los mongoles y las ratas negras, que los acompañaban en sus correrías, la dispersan por toda Asia.
Poco después, tribus tártaras, aliadas de los venecianos, sitian la ciudad de Kaffa en la península de Crimea, donde se asentaba una colonia genovesa. La peste afecta a los sitiadores y poco después se propaga entre los sitiados. Se cuenta que los tártaros catapultaban los cadáveres infectos hacia la ciudad.
Finalmente, en 1343, la flota genovesa abandona el sitio e inicia el regreso tocando -entre otros- el puerto de Constantinopla y llegando, finalmente, a Mesina (Sicilia) en 1347. Al llegar a este puerto buena parte de la tripulación había muerto. Se les impide desembarcar pero la peste[3] igual lo hace con las ratas que abandonan las naves. Desde aquí se esparce por Italia y pronto por toda Europa hasta Escandinavia.
Antiguos anales islandeses dan cuenta de que, en septiembre de 1349, un barco proveniente de Inglaterra arriba a la ciudad de Bergen, en Noruega. La peste negra ataca sin misericordia y acaba con más de la mitad de la población noruega. Poco después ataca Islandia, la tierra de donde había partido Erick, y termina con las relaciones comerciales y el aprovisionamiento lo cual, seguramente, contribuyó a sellar definitivamente la suerte de los habitantes vickingos de Groenlandia.

Aquella gran pandemia de peste bubónica no fue la primera ni sería la última puesto que “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande morir en una ciudad dichosa.” [4]




Referencias:


[1] Arneborg, Jette, National Museum of Denmark.
[2] Fagan, Brian. La Pequeña Edad de Hielo, Ed.Gedisa.


[3] Esta epidemia fue de peste bubónica (peste negra) provocada por la bacteria Yersinia pestis, que enferma a las ratas. Las pulgas de estas la transmiten al hombre. Las ratas mueren, las pulgas las abandonan e infestan al hombre. La enfermedad, en alguna de sus formas, también se transmite entre humanos.


[4] Camus, Albert. La Peste, ed.Sur.S.A.