martes, 14 de octubre de 2008

AURUM METALLICUM (II)







“Si el metal llega a su última perfección y no es sacado
de la tierra, que ya no lo alimenta, es como un hombre viejo decrépito

Johann Rudolph Glauber
[1]
Las preocupaciones que algunos ciudadanos tienen alrededor de la relación del hombre con su entorno, es intrínsicamente sana y resulta de utilidad cuando está dirigida a lograr un mejor manejo de los recursos naturales. Sin embargo, existen algunos grupos que afrontan el tema en forma irresponsable esgrimiendo fundamentos dudosos, equivocados o falsos.

La piel de Gaia
Efectivamente, en cuanto se presta un poco de atención a las argumentaciones que utilizan aquellos círculos que hoy claman contra la actividad minera, se advierte que ésas pueden, sin demasiado esfuerzo, separarse claramente en dos diferentes tipos.
Por un lado, enarbolan una confusa mezcla de razones políticas (anticapitalismo, antiglobalismo, indigenismo, eugenismo, movimientismo, antiimperialismo, multiculturalismo, romanticismo, etc). Y por otro, esgrimen otras vinculadas a los posibles perjuicios que la actividad podría producir al ambiente y a la salud. En realidad, éstas últimas parecen más una excusa dirigida a obtener apoyo para extraños movimientos anti-progreso, como se hace evidente en el siguiente párrafo escrito por uno de sus exégetas y promotores:

Estas producciones, base del funcionamiento económico
del mundo desarrollado, son contaminantes, depredadoras, extractivas por las
características del proceso de producción mismo. Extraen lo que pueden de los
recursos, los esquilman y dejan un escenario de contaminación, cambio de flora y
fauna y grandes disturbios de los ecosistemas. Muchas voces del mundo se han
alzado con críticas radicales contra este tipo de desarrollo que está en la base
del llamado “progreso”
.[2]


En realidad, tal lógica argumental es la que acompaña la mayor parte de las embestidas “ambientalistas” y será muy interesante analizar- alguna vez- el tema partiendo de la raíz de sus objetivos políticos, para tener así una adecuada comprensión del fenómeno.

De todas maneras, aquí sólo me ocuparé de un par de aspectos que pueden ser examinados con un poco de sentido común y una pizca de química.
Hemos visto[3] que la minería es una actividad muy antigua que se remonta a la prehistoria y, agrego aquí, que la extracción de minerales a cielo abierto en forma organizada existe desde los albores de la historia.
Allí tenemos el ejemplo de la mina Las Médulas que los romanos explotaban en León, España. En esos grandes depósitos auríferos del Mioceno se aplicaba la técnica del “ruina montium”. Con ella se abatían grandes masas de terrenos aluviales mediante el uso combinado de agua y un sistema subterráneo de pozos y galerías. El resultado era la formación de grandes barrancos con alturas cercanas al centenar de metros.
En general, la prédica anti-minas se concentra en la extracción de oro, aunque a veces se extiende al cobre y otros metales. No obstante, ya sea por ignorancia o por otras razones desconocidas, olvidan que la minería a cielo abierto, desde Roma hasta el presente, se ha propagado por todo el planeta al ritmo del crecimiento de la población y la economía mundial, aún antes de que el capitalismo sentara sus reales.
Ciertamente, existen enormes explotaciones mineras a cielo abierto- algunas de ellas centenarias- de las cuales se obtienen cobre, hierro, carbón, azufre, uranio, bauxita, y una larga lista de minerales metalíferos y no metalíferos.
Tales yacimientos se encuentran ubicados en todos los países que cubren el amplio espectro mundial que va desde USA hasta Sudáfrica. Así hay explotaciones carboníferas en Europa, en Norteamérica y en Sudamérica. O se encuentra bauxita (para obtener aluminio) en Venezuela, Brasil, Australia o Jamaica.
Por regla general algunos minerales se encuentran, principalmente, en ciertas regiones y en otras casi no existen y ello está vinculado a los procesos geológicos que modifican la tierra desde su formación. Por ejemplo, Argentina es un pobre productor de mineral de hierro y carbón.
Por otro lado, aunque en los últimos años la extracción se ha expandido hacia países menos desarrollados, los principales productores de oro son actualmente: Australia, Sudáfrica, China, USA, Perú, Rusia, Indonesia y Canadá, en ese orden.
En fin, Argentina, al menos por el momento, es un jugador irrelevante en este negocio. Sin embargo, podría tener un futuro interesante si se concretaran los numerosos proyectos en danza.
Pocos saben que la provincia de Buenos Aires es una gran región minera. En volumen de producción, la más importante del país. De sus suelos se extraen: arenas, arcillas, conchilla, calcitas, cuarcitas, granitos, sales, yeso, dolomitas, etc.
Como puede apreciarse, sus playas, cerros y llanuras proveen los materiales esenciales para la industria de la construcción y, desde luego, todos ellos son productos de la minería a cielo abierto. No es necesario explayarse en explicaciones. Salta a la vista que las críticas a la “minería a cielo abierto,” por el sólo hecho de serlo, son insustanciales, infundadas e insostenibles.
Es bueno recordar que, sin la minería a cielo abierto, no habrían existido el David ni la Piedad de Miguel Angel- esculpidas en blanco mármol de Carrara-, ni el Partenón de Atenas o las pirámides de Egipto, ni Machu Pichu, ni Stonehedge o las ciudades mayas del Yucatán.
Es posible que, tal como muchas actividades humanas, la minería sea candidata a entrar en colisión con otras industrias e intereses. Sin duda, la minería, el turismo y el desarrollo inmobiliario pueden sufrir encontronazos si se disputan el mismo espacio físico. Es razonable. Pero, como en todo asunto de negocios las soluciones se negocian. Sin embargo, usar argumentos falsos para atemorizar al ciudadano es una conducta poco digna y que, sin embargo, es aplicada con frecuencia y desaprensión.
Es posible que para aquellos que no ven belleza en la obra del hombre, que confiesan su admiración por una naturaleza estática, inmóvil. No adviertan que la naturaleza es cambio permanente, fugacidad, nostalgias y promesas. No es el instante capturado, por la habilidad y la tecnología humanas, en una pintura o en una fotografía. Es una sucesión infinita, en términos humanos, de imágenes que no se repiten.
Huracanes y terremotos, los imperceptibles movimientos tectónicos, los volcanes henchidos antes de explotar y al hacerlo. La sequía y la inundación. El hombre. Son los instrumentos del cambio. A veces irreversible, otras no. La tierra se recobra. Con nuevas versiones de viejas partituras o con creaciones inesperadas. En el decir de Palissy[4],
Dios no creó todas las cosas para dejarlas ociosas (…). No están ociosos los astros y los planetas, la mar se alza de uno y otro lado (…), tampoco la tierra está ociosa jamás. Lo que se consume naturalmente ella lo renueva y lo reforma en el acto; si no lo rehace de una forma, los rehace de otra (…). Así, del mismo modo que en el exterior de la tierra se trabaja para engendrar algo, paralelamente su interior y matriz trabajan también para producir.”
Justamente, uno de los argumentos usados por aquellas criaturas premodernas son las intimidantes, atractivas a veces, enormes excavaciones realizadas por gigantes mecánicos creados por el hombre. Gigantes que emulan al fantástico Argenk[5] en su acción de horadar el Cáucaso, construyendo el enorme túnel donde ocultar los fabulosos tesoros de piedras preciosas e imágenes en oro de los ancestrales monarcas persas.
Sin embargo, las heridas proferidas a la piel de Gaia[6] que quedan cuando el yacimiento cierra, sanan tarde o temprano. No obstante, si urgiera remediar el “daño”, si sufriéramos la misma ansiedad que nos impulsa a reconstruir la ciudad destruida por el terremoto, hay formas probadas para hacerlo. Un plan de rehabilitación puede o debe establecerse con cada proyecto minero, adecuado a las características de la zona de emplazamiento.
En Australia, las minas de bauxita abandonadas son sometidas a un programa de rehabilitación. De esa forma los bosques de jarrah (Eucalyptus marginata) son recuperados. Y después de una docena de años vuelven a mostrarse con un nuevo esplendor original[7]. También en Minas Gerais, Brasil, donde la minería del hierro tiene 300 años de historia y los mejores yacimientos se encuentran en zonas atractivas para el turismo, se practican programas de reforestación y reconstrucción del paisaje.[8] Así mismo, en los Apalaches, que han sido explotados por muchos años, existen un gran número de minas de superficie abandonadas, la mayoría dedicadas a la extracción de carbón. Por ello, Pennsylvania y West Virginia, poseen un programa de recuperación que incluye a las empresas, excepto en aquellos emprendimientos abandonados antes de 1977, es decir antes de la existencia de las nuevas reglamentaciones. Todas las operaciones de recuperación han resultado en un significativo beneficio ambiental[9]. Si se cuenta con reglamentaciones serias y con un adecuado esfuerzo de los gobiernos en su aplicación, no habrá “daños” permanentes sino paisajes renovados.
Sin embargo, no siempre la actividad minera se muestra incompatible con el turismo o con la existencia de poblaciones próximas. Efectivamente, buscando información sobre el tema me encontré con un aviso turístico que invitaba a visitar Waihi, a disfrutar de sus playas, a pescar truchas en el río Ohinemuri y a conocer la mina Martha.

Minería química
A fines del siglo XIX la fiebre del oro da origen a la población de Waihi[10]. Desde aquel momento y hasta 1952 el metal se extraería de las galerías excavadas en la roca dura. Ese año la explotación cesa por baja rentabilidad. No obstante, en 1987 la mina resucita y se reinicia la explotación por el método de cielo abierto. De la enorme fosa de 200 mts de profundidad, ubicada a un par de cuadras del centro de la ciudad de 4500 habitantes, se recuperan oro y plata por valor de 1millón de dólares diarios. Cuando la mina cierre la excavación se convertirá en un gran lago de aguas azules.


Bien, esta historia, a pesar de las necesarias e inevitables derivaciones, tiene como protagonista principal la minería aurífera.
Es conocido que el hierro metálico se extrae de sus óxidos por reducción con carbono en un “alto horno”. Ese menester, en un principio oficio de herreros, terminó siendo la médula de la revolución industrial. Por otra parte, el aluminio se obtiene de su óxido- extraído de la bauxita- por electrólisis del mineral fundido, un método desarrollado en la era de la electricidad. Sin embargo, la extracción de oro de sus minerales ha sido tema de alquimistas en el pasado, hoy reemplazados por sus profanos y racionales sucesores, los químicos.
El oro es un metal muy resistente a la oxidación. No se combina fácilmente con el oxígeno del aire. Tampoco es muy simple hacerlo reaccionar con otras substancias. Debido a tales propiedades el oro se encuentra en la naturaleza, principalmente, como un metal brillante. A veces en cantidad suficiente como para formar gránulos de tamaño importante y como su densidad es muy grande (diríamos es muy pesado), comparada con otros minerales que puedan acompañarlo, es posible separarlo por gravedad. Pero, si los gránulos son muy pequeños o el yacimiento es pobre, hay que remover mucho material para obtener unos pocos gramos de metal y, entonces, deben utilizarse otros métodos para su extracción.
El alquimista tomaba el mineral, lo molía adecuadamente y lo embebía en mercurio (metal líquido). Luego filtraba y lavaba la mezcla, separando el líquido del sólido. El sólido se desechaba y el líquido se introducía en un recipiente y se calentaba. Después de cierto tiempo en el fondo del recipiente aparecía el oro. ¿Qué había pasado?
El mercurio se amalgama (se mezcla, lo disuelve) con el oro contenido en el mineral y lo separa de él. Al calentar la amalgama, el mercurio se vaporiza y se condensa fuera del recipiente al enfriarse. Queda así, dentro del recipiente, el oro liberado, majestuoso.
Pero, ¿de donde obtenían el mercurio?, del cinabrio, mineral que contiene sulfuro de mercurio (HgS). Un mineral rojo bermellón que al ser calentado al aire se descomponía en Hg líquido y dióxido de azufre gas (SO2). ¡Otra maravilla!
Los vapores de mercurio son tóxicos y el polvo de cinabrio lo es más. ¡Valientes maestros!
En realidad, quizás algunos alquimistas pudieron pensar que creaban oro, sin embargo, el oro estaba oculto en el mineral tratado.
Posteriormente, el método del mercurio se aplicó a la extracción minera y se usó por un extenso período. Es posible que, que aún hoy se siga utilizando en pequeños emprendimientos mineros.
No obstante, hace ya un largo tiempo que los herederos de la alquimia descubrieron que el oro se podía oxidar con facilidad usando oxígeno (del aire) burbujeado en soluciones de cianuro de sodio o potasio, en el fondo de las cuales se encontraba el mineral. Lo que pasa en esas condiciones es:
4 Au + 8 KCN + O2 + 2 H2O = 4 K[Au(CN)2] + 4 KOH

Donde Au es el símbolo del oro elemental. El KCN es el cianuro de potasio que, en la solución acuosa, está disociado en iones K+ e iones cianuro, CN-. Por otra parte O2 es el oxígeno molecular que está en el aire. Todo el mundo sabe que H2O es el agua. Todos estos son los reactivos.

Del otro lado del signo = están los productos, el diciano-aurato(I) de potasio K[Au(CN)2] y el hidróxido de potasio, KOH. En la solución las especies presentes son el ión K+, el ión [Au(CN)2]- y el ión OH-. Además, el ión formado entre el Au+ y el CN- es muy estable lo que permite desplazar la reacción hacia la derecha y en un tiempo prudencial la mayor parte del oro se habrá convertido en diciano-aurato(I). Este (I) indica el estado de oxidación del oro (es decir su carga formal) en ese compuesto.

Después de este proceso de lixiviación, la solución acuosa se separa del mineral y se somete a otro tratamiento donde se recupera el oro metálico. La reacción química que ocurre es:

2 K[Au(CN)2] + Zn(metal) = K2 [Zn(CN)4] + 2 Au (metal)

Aquí Zn es el símbolo del cinc y entre los productos tenemos los iones K+ y [Zn(CN)2]2- y el Au, oro metálico[11]. Aquí, lo que ocurre es que, esencialmente, el cinc se oxida a ión Zn2+ que es coordinado por el CN- y el oro se reduce a metal. ¡Uf!

Este procedimiento se usa desde hace un siglo para extraer oro de yacimientos de baja ley. El mismo comenzó a utilizarse- hace más de cien años- en las tierras maoríes de Waihi, donde aún hoy se pescan truchas en el río Ohinemuri.

Su éxito se debe a su mayor eficiencia y a los menores riesgos ambientales. Si embargo, la utilización del cianuro se ha convertido en el caballito de batalla de los “enemigos de las minas”.

En fin, si los militantes del anti-progreso tuvieran éxito retrogradaríamos a la edad de piedra, antes de los metales. No obstante, sería una victoria pírrica. Puesto que, seguramente, veríamos a más de seis mil millones de ejemplares de homo sapiens sapiens practicando la minería a cielo abierto, en procura de los materiales necesarios para fabricar sus utensilios de piedra.
Continuará con la última parte dedicada al cianuro.


Bibliografía
[1] Químico y Farmacólogo alemán. (1604-1670)[2] Norma Giarraca, Prof.Titular de Sociología Rural; Instituto G.Germani, FCS-UBA. Página12,26/092008.[3] Aurum Metallicum (I) por MRF.[4] Bernard Palissy en Recpte véritable par laquelle tous les hotnmes de la France pourraient apprendre a multiplier et augmenter leurs trèsors. (1563).[5] Gigante de la mitología persa.[6] Gaia, versión griega de la pernonificación de la Tierra.[7] J.Gardner. Revista Internacional de Sivicultura e Industria Forestales. FAO.Vol 52 (207) 2001/2004.[8] J:J.Griffith y T.J.Toy. Artículo aparecido en la misma publicación de Ref. 7
[9] Jeff Skousen y otros. Skousen es profesor de Ciencia de Suelos especialista en restauración de campos. Universidad de West Virginia. 1977.
[10] Waihi está ubicada al pie de la península de Coromandel, a 150 km de Auckland, la ciudad más importante de New Zealand.
[11] Advance Inorgánic Chemistry. Fifth Edition. F.A.Cotton and G.Wilkinson.

miércoles, 1 de octubre de 2008

AURUM METALLICUM (I)




Sacra codicia.
“Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón, y es el que rodea toda la tierra de Evila, donde abunda el oro, un oro muy fino, y a más también bedelio y ágata.” Génesis 2-10.


Es muy probable que los primeros hombres, más de 80.000 años atrás y antes de iniciar- en el África oriental- su aún inconcluso viaje, hubieran conocido el oro. Seguramente, al encontrar pepitas en suelos y arenas de arroyos y ríos debieron sentirse inevitablemente atraídos por el brillo, maleabilidad y virtual indestructibilidad del metal.


Desde entonces, para bien y para mal, el oro ha sido parte de la vida de los hombres. Fue inevitable que, con el tiempo, gracias a sus inigualables cualidades, el oro adquiriera condición de sagrado. Se comprende que faraones, guerreros celtas o nobles mochicas fabricaran sus máscaras mortuorias, torques o pectorales con el metal sagrado. No en vano, además, el oro es el metal que con mayor frecuencia se menciona en el Antiguo Testamento.


Ciertamente, los metales han sido muy importantes en la evolución social del hombre. Así, a la Edad de Piedra siguió la de Cobre y a ésta la de Bronce (aleación de cobre y estaño) y finalmente la Edad de Hierro. Y la razón por la cual estos metales han merecido el honor de dar nombre a períodos de la prehistoria debe buscarse en su virtud. Con ellos se fabrican herramientas y armas que proveen al hombre de especiales habilidades produciendo, con su difusión, modificaciones notables y duraderas en la cultura.

En cambio, el metal dorado- escaso y demasiado blando- no ha dado lugar a una Edad de Oro sino a arcaicas y perdurables controversias filosóficas. Porque ha sido, además de sagrado, maldito; el oro de todas las edades.


Por ello se quejaba Virgilio: “¡Maldita sed por oro! ¿Qué no has obligado hacer a los mortales?” Aunque, Eurípides hubiera celebrado el oro recordando que “Plutón es el dios de los hombres sabios; que todo lo demás es mera estupidez y al mismo tiempo palabras engañosas.” Sin embargo, Ovidio no podría sino sentenciar que, entonces “llegó el hierro destructivo, y el oro, más destructivo aún; y luego llegó la guerra.” Pero, al poeta romano, le retrucaría- Aristodemus, el espartano-, clarificando que “el dinero hace al hombre; ya que quién es pobre no será bueno ni honorable.”


A pesar de Eurípides y Aristodemus será otro griego, Phocyclides, quien nos deje la más clara condena, estableciendo que “el oro y la plata son injuriosos para los mortales; que el oro es fuente del crimen, plaga de la vida y ruina de todas las cosas.”
Sin embargo, a pesar de su contundencia, encontramos que las críticas dirigidas al oro y otros metales no se limitaron a acusarlos de alimentar la codicia con su estela de calamidades.


Será Agrícola (siglo XVI), quién nos haga saber que por aquel entonces ya había detractores “cuyo argumento más fuerte era que los campos son devastados por las operaciones de minería, y por tales razones los italianos habían sido advertidos, por ley, que ninguno debería cavar la tierra en busca de metales, dañando los muy fértiles campos, sus viñedos y olivares.”


Sorprende que, hace más de cuatrocientos años hubiera, quienes- en Europa- acusasen a la minería de dañar el ambiente. Afortunadamente aquellos temores fueron infundados, por lo cual aún hoy es posible disfrutar- en Italia- de sabrosos spaghetti al Pesto- preparados con aceite de oliva-, acompañados por un delicioso Chianti, ambos criados al pie de le Colline Metallifere .



Guardianes elementales.


Difícilmente encontremos quien no haya escuchado la historia de Blancanieves, sin embargo, no muchos saben que los siete enanos, en realidad, representan distintos aspectos de la materia mineral, de los siete metales: plomo, estaño, hierro, cobre, mercurio, plata y oro. Y que, además, aquellos son parte de esos gnomos y enanos que, en opinión de Paracelso , tienen por misión proteger los tesoros de la tierra, es decir, los metales y otros objetos.

Aquella afirmación encuentra en la Alemania meridional del siglo XIII, en el Cantar de los Nibelungos , un sólido sostén.Allí se cuenta que en el reino de esa raza de enanos existían grandes tesoros que su rey, Alberich, supo entregar al príncipe Sigfrido, para su desgracia.
En verdad, tales relatos podrían ser simples reelaboraciones de viejas tradiciones. Pero, hete aquí que el abate de Villars nos reafirma que “la Tierra está llena, casi hasta su centro, de gnomos, seres de escasa estatura, guardianes de las minas y de las piedras preciosas”.

Por si aún tuviéramos dudas, es bueno saber que- incluso hoy- se escuchan en los túneles repiqueteos o tamborileos lejanos. Y que tales ruidos se deben a la actividad de los knockers, enanos mineros y picadores, en su búsqueda incesante de oro y otros materiales preciosos del subsuelo. Estos elfos de las minas son bajos, arrugados, feos y evitan a los humanos . A tales knockers también se los encuentra en España a donde, según dicen, habrían llegado de mano de los invasores germanos.

En el submundo andino, por otra parte, habitan hombres de pequeña estatura y de piel blanca, barbudos, que llevan frecuentemente un poncho de vicuña. Es el Muqui . “Casi siempre vestidito de minerito pero que tiene todo de oro, su lamparita, su casquito, todito de oro. Tiene dos cuernos y los ojos rojos y, cuando hace frío, se pone su poncho de vicuña”, dirá un minero.

El Muqui es considerado por los mineros peruanos como el dueño del mineral y de la mina. Es la divinidad de la mina. No genera el mineral sino que lo hace aparecer y desaparecer al transportarlo de un lugar a otro. Exige ofrendas que los mineros entregan antes de entrar al socavón. En Bolivia se lo conoce como Tio y más al sur como Ukako.

A mi juicio, existe una gran similitud entre los muquis andinos y los enanos europeos. Es probable que los germanos (los godos) los hayan transportado hasta los Andes durante la Conquista. La otra alternativa es que esos seres mágicos estuvieran comunicados unos con otros a través de los intrincados caminos del submundo.



Polvo de estrellas


Los seres pequeños no son, entonces, los creadores del oro sino solamente sus custodios. Y, esto es así, ya se trate de muquis andinos o nibelungos germanos. Por lo tanto, parece pertinente indagar un poco sobre la génesis del metal.

Al respecto, Paracelso- gran sabio del renacimiento- nos dice, que “los tesoros de la tierra han sido distribuidos de tal modo, que los metales que son encontrados, como plata, oro, hierro, etc., son los mismos que fueron puestos a principio de la creación y para toda la eternidad, de ahí que sean vigilados y conservados…, para que no salgan a relucir a la superficie en un solo día, sino paulatinamente, poco a poco, ora en un país, y después en otro. Por lo que las minas cambian de lugares con el tiempo…”

Debo decir que tal versión es bastante acertada, como veremos enseguida. No obstante, no todos veían el asunto con la misma lente.

Así es que Barba - siglo XVIII- afirma, sin hesitación, que “una mina agotada es capaz de rehacer su yacimiento si se la tapona convenientemente. Porque, añade, los que creen que los metales han sido oreados desde el principio del tiempo se engañan groseramente: los metales crecen en la mina.”

En relación con este punto, vale la pena traer a colación que, en la edad media, existía una creencia –muy extendida por cierto- que Fribergius nos explica de esta manera: “el oro, como es natural, crece bajo la influencia del sol. Según la opinión de los sabios, el oro es engendrado por un azufre del color más claro posible y bien purificado y rectificado en la tierra, bajo la acción del cielo, principalmente del sol….” Como en este párrafo no se dice nada al respecto, es oportuno recordar que además del azufre es necesaria la conjunción del mercurio para una efectiva transmutación del mineral en oro.

Por lo tanto, como hemos visto, el oro se producía naturalmente en el seno de la Terra mater (Pacha mama).
Efectivamente, todos los minerales- dejados en reposo en sus matrices telúricas- habrían acabado por convertirse en oro pero después de centenares o miles de siglos.

Por ello en la Summa Perfectionis , obra alquímica del siglo XIV, se lee que “lo que la Naturaleza no puede perfeccionar en un largo espacio de tiempo, nosotros lo acabamos en breve lapso, con nuestro arte”. ¡He aquí el sueño filosofal del alquimista! Liberar a la naturaleza del tiempo.

El alquimista está convencido de que trabaja con el concurso de Dios, por ello considera su obra como un perfeccionamiento de la Naturaleza, que es consentido- o más aún- alentado por Dios.

A partir de allí el hombre asume el duro trabajo de hacer las cosas mejor y más rápido que la Naturaleza. Y esto, que descubro leyendo a Elíade, explica, para mí, el afán incontrolable del hombre por superar sus limitaciones naturales. Por ello se afana en convertir las mieses en pan y las uvas en vino, en volar sin alas, en modificar plantas y animales, en hacer real el sueño del alquimista.

Elocuente, Elíade dirá- resaltando la mística alquímica-: “El vas mirabile del alquimista, sus pequeños hornos, sus retortas, juegan un papel aún más ambicioso: todos estos aparatos representan el lugar de un retorno al Caos primordial, de una repetición de la Cosmogonía; allí mueren y resucitan las sustancias para ser finalmente transmutadas en oro.”

Sin embargo, el verdadero vas mirabile, en el cual se sintetizan todos los elementos, son las estrellas. Allí, núcleos de hidrógeno y helio- hijos del “big-ban- se fusionan para formar núcleos de átomos más grandes y estos se funden uno con otro para formar elementos cada vez más pesados. En la mayoría de las estrellas la nucleosíntesis logra elementos no más pesados que el hierro.

Para fusionar núcleos atómicos cada vez más grandes se necesitan presiones y energías crecientes. De tal forma que la síntesis del oro y otros elementos pesados sólo se consigue en ciertos milagrosos calderos estelares, donde aquellas condiciones se cumplen. Según dicen, ello se logra en algunas estrellas que alcanzan la etapa de supernova donde se genera un proceso de captura de neutrones que da lugar a los elementos más pesados. Estos son dispersados por el espacio, convertidos en polvo de estrellas que posteriormente formará parte de una nueva nebulosa donde surgirán otras estrellas, algunas de las cuales criarán a su alrededor, tal vez, algún planeta como el nuestro.

En fin, como curiosidad, quzás innecesaria, agrego que, recientemente, investigadores de la Universidad de Basel publicaron que el mejor escenario para la formación de elementos pesados es el choque entre estrellas de neutrones. Sea como fuere, supernovas o matrimonios de estrellas neutrónicas, estos son episodios infrecuentes en el escenario celestial. La consecuencia es que los elementos pesados tiene una pequeña participación en la composición química del universo.

El oro es uno de los seis o siete elementos más pesados estables- no radiactivos- de la tabla periódica. Por lo tanto, es también uno de los menos abundantes.
Considerando cuanto oro se ha extraído desde el principio hasta el presente es posible calcular que sólo alcanzaría para fabricar un cubo de 20,2 metros de arista, es decir aproximadamente 8290m3. Un pequeño volumen, por cierto, para tantas tribulaciones sufridas durante 5000 años.

Finalmente, es interesante saber que- de continuar la explotación minera al ritmo presente- en menos de 50 años no habrá más metal para extraer. Para entonces no tendremos minas contra las cuales pelear. Habrá, en consecuencia, un par de cosas para extrañar. Para algunos serán las minas, para muchos más será el oro. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, ya que- a partir de ese momento- sólo existirá el oro reciclado. ¡Un sueño ecologista hecho realidad!
Continuará……..


Referencias

1.- La sexta extinción. R.Leakey y R.Lewin. Ed. Metatemas
2.-De Re Metallica. Georgius Agrícola(1556)
3.-Montañas del anti Apennino Toscano
4.-El libro de las ninfas, los silfos, los pigmeos, las salamandras y demás espíritus. Paracelso(1592). Ed.Indigo.
5.-Enanos y Elfos en la Edad Media. Claude Lecouteax. Medevalia.
6.-Aberraciones psíquicas del sexo o el Conde de Gabalis. Ed.J.Morata. Madrid.
7.-GNOMOS. Guía de los seres mágicos de España. Jesús Callejo.
8.-La Divinidad de las Tinieblas. C.Salazar-Soler. Bull.Inst.Fr.,études andines. 26(3)[1997].
9.-El señor de la oscuridad. La leyenda del Tio y otros...Prof.F.J.Soto Roland. UNMdP.
10.-Barba, A.A., El Arte de los Metales. Madrid, 1640.
11.- Autor del Bergbuchlein, 1505.
12.-Obra del alquimista árabe Geber(Abu Musa Jabir ivn Hayyan, 721-815.
13.-Herreros y Alquimistas. Mircea Eliade. Ed.Alianza.
14.-r-Process in Neutron Star Mergers. C.Freibughaus, S.Rosswog and F.K. Thielemann. Astroph.J.Lett525[1999]121-124.
15.-United States Geologycal Survey. Historical Statistics.