martes, 17 de agosto de 2010

EDEN PRECOLOMBINO

“Los incas, sus monarcas, sus plebeyos, tanto como la gente antigua de estos reinos, vivían vidas largas y sanas, y muchos de ellos llegaban a la edad de 150 y 200 años porque tenían un régimen de vida y de nutrición muy ordenado y metódico”.
Cronista inca del siglo XVII


La América precolombina es observada con frecuencia con una mirada arrebatada y romántica que convierte aquel mundo en la versión americana del paraíso bíblico. Un edén vilmente profanado por la conquista española. Una imagen idílica, por cierto, construida sobre la base de lo transmitido por cronistas nativos cuando afirman, por ejemplo, que en este continente no se conocían enfermedades graves ni epidemias, tal como nos deja saber un relator maya del siglo dieciocho en el Chilam Balam : “En ese tiempo no había enfermedad, no tenían huesos adoloridos; no tenían fiebre alta; en ese tiempo no tenían viruela…..”
Es verdad que los conquistadores trajeron consigo algunas enfermedades del viejo mundo como la viruela y el sarampión y que las epidemias, originadas en su propagación, ocasionaron gran sufrimiento y mortandad dando pábulo, entre los escritores nativos, a la idea de que el pasado había sido una época relativamente libre de enfermedades. Tiempos aquellos durante la cuales las vidas de la gente eran más largas y felices. Sin embargo, ese mundo estaba lejos de ser real .

Recientemente numerosos descubrimientos, debidos a la paleopatología y a la paleodemografía , han aportado importante información sobre la vida y la muerte en la América precolombina.
En muchos casos, los materiales esqueléticos revelan signos de enfermedad, deficiencias nutricionales y violencia. Por ejemplo, la evidencia mortuoria de Teotihuacán indica tasas de mortalidad tan altas o mayores que las de ciudades europeas contemporáneas. Los patrones de mortalidad en el viejo y el nuevo mundo eran muy similares. La mortalidad infantil era alta, mientras que la esperanza de vida era baja. Basado en datos osteológicos es posible afirmar que ambos continentes compartieron, por lo menos, el tifus y la influenza. Efectivamente, en los grupos de cazadores-recolectores americanos la esperanza de vida era corta, aunque variaba de una sociedad a otra de 16 a 22 años para los hombres y de 14 a 18 años para las mujeres.

Por otra parte la evidencia arqueológica sugiere que la tuberculosis tenía una larga historia entre los habitantes del nuevo mundo: los restos más tempranos muestran claros signos de la enfermedad se remontan a unos 2000 años atrás.
Las pequeñas poblaciones móviles raramente sufrían epidemias, pero, la mayoría de las personas eran menores de 20 años y las infecciones infantiles eran muy comunes. Por otro lado, arqueólogos y paleo-patólogos afirman que la transición hacia una forma de vida agrícola y sedentaria tuvo impacto negativo sobre la salud de las poblaciones humanas en todo el mundo. Por ejemplo, la alimentación basada principalmente en el maíz condujo a la disminución de la estatura, siendo uno de los indicios del deterioro de la salud entre los agricultores del nuevo mundo. Y aunque no está claro si los agricultores vivían un poco más o un poco menos, que los cazadores-recolectores, las expectativas de vida en la América precolombina permanecieron bajas. La consecuencia de la transición hacia las comunidades sedentarias y agrícolas y la expansión demográfica, que la acompañó, fue el aumento del contacto social y la frecuencia de las infecciones. Efectivamente, restos esqueléticos de Norteamérica indican que la tuberculosis era muy común. Al punto de que, prácticamente, cada miembro de esas comunidades prehistóricas tardías tenía contacto directo con la enfermedad .


Además, las tradiciones anteriores a la conquista relativas a epidemias, que ocurrieron durante períodos de desorden social, apoyan la hipótesis de que el tifus pudo haber existido en las Américas antes del siglo XVI. Guamán Poma en su narración sobre los éxitos militares de Pachuti Inca Yupanqui escribió: “La derrota de Chile fue posible por los estragos de la plaga, la cual duró diez años. La enfermedad y el hambre, más que las fuerza de las armas, llevó a la caída de los chilenos, al igual que la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa facilitó más tarde la conquista española”.

También a los aztecas, la sequía y la hambruna entre 1454 y 1457, los puso en inferioridad de condiciones frente a los totonacas de la costa de Veracruz -por mucho tiempo enemigos de aquellos- quienes aprovecharon la ocasión para cambiar comida por esclavos. Por otra parte, los mayas no estuvieron exentos de penurias semejantes como se cuenta en el Chilám Balam: “La cara del señor del katún está cubierta; su cara está muerta. Hay luto por el agua, hay luto por el pan. Su tapete y su trono mirarán hacia el oeste. Vómito de sangre es su costo.”

Ciertamente las enfermedades llegadas a América con los conquistadores causaron estragos al encontrar una población sin defensas frente a ellas. Las más importantes fueron la viruela y el sarampión, afecciones de origen viral y de historia milenaria. El sarampión atacaba, principalmente a los niños, en cambio la viruela no hacía distinción de edades.

La viruela es registrada por primera vez en España en el año 714, en Andalucía, a donde habría llegado de mano de los árabes que invadieron la península en esos tiempos. Sin embargo, la enfermedad no llegó a las Indias occidentales con los españoles.

Faltando pocos días para la Navidad de 1518, el puerto de Santo Domingo recibe un barco negrero portugués que trae un cargamento de esclavos enfermos de viruela. Pronto se contagian los indígenas dominicanos y la enfermedad no tarda en propagarse a la Hispaniola, Puerto Rico, Cuba y el resto de las Antillas.

En el 1520, Pánfilo de Narváez parte desde Cuba hacia México para hacer prisionero a Cortés. El 30 de mayo de ese año, poco después del desembarco, se desata la epidemia en las proximidades de Veracruz. Sin embargo, el mayor asolamiento se produce en la Tenochtitlán sitiada. En los alrededores muchos pudieron huir y escapar de la epidemia. En las islas eso habría sido imposible. Así la viruela completó el macabro trabajo iniciado por la primera gran pandemia que diezmó la población de las Antillas.

Fue también en diciembre, pero de 1493, cuando Colón desembarca en Santo Domingo con 1500 hombres y animales domésticos, que lo acompañaban en éste, su segundo viaje. En Canarias había embarcado algunos puercos que en pocos años se diseminaron por las islas y con ellos la influenza.

Todos los cronistas coinciden en la fecha, lugar, manifestaciones clínicas y secuelas de aquella enfermedad. Fue infecciosa y aguda, extremadamente contagiosa, afectó bien pronto a todos los miembros de la expedición apenas tocaron tierra, matando a la tercera parte de ellos, se caracterizaba por fiebre alta, gran postración, dolor de cuerpo y por una mortalidad elevada. La epidemia produjo un gran daño en la población indígena dando lugar a una “catástrofe demográfica”. Efectivamente, la “peste” que diezmó la población indígena de las Antillas en el año 1493 parece haber sido una influenza suina , ni más ni menos que la gripe porcina.

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